
El monte de las tres miradas
Había una vez un equipo que vivía en un valle fértil, rodeado de árboles, caminos y tareas por hacer. Cada día, sus miembros salían temprano a cumplir con lo que tocaba: uno regaba, otro sembraba, otro recogía. Todo tenía un ritmo y un resultado. Nada parecía faltar, pero algo tampoco terminaba de florecer del todo.
Un día, llegó al valle una mujer sabia, que observó en silencio durante un tiempo. Luego, se acercó al líder del grupo, que andaba ocupado revisando listas y repartiendo encargos, y le preguntó:
—¿Desde dónde miras?
El líder la miró sorprendido.
—Desde aquí, claro. Donde puedo ver si todo se hace bien.
La mujer asintió, y sin más, le mostró un sendero que subía por la ladera del monte.
—¿Quieres ver algo distinto? —preguntó.
El líder dudó, pero algo en su interior dijo que sí.
Subió un tramo, no muy alto, y desde allí vio cómo las personas se movían. Observó las dinámicas, los silencios, las repeticiones, las pequeñas tensiones que antes no notaba. Desde allí, vio el grupo.
Pero la mujer le señaló más arriba.
—Sigue, si quieres ver más.
Y el líder subió. No fue fácil, pero al llegar a la cima, el aire cambió. Desde allí, no solo vio al grupo, sino el paisaje entero: los caminos que llevaban al valle, las montañas alrededor, el sol que marcaba el ritmo. Comprendió cómo todo estaba conectado. Sintió que el trabajo no era solo hacer, ni solo coordinar… sino dar sentido.
Bajó con otra mirada. No dejó de hacer ni de organizar, pero aprendió a subir cada tanto. A cambiar de lugar. A invitar a otros a mirar también desde distintos puntos.
Desde entonces, en aquel valle no solo se trabajaba: se crecía.

Imagen original de Roberto Otamendi.