

El Nuevo Lugar: Una Historia en la Hostelería
El Hotel Mirador despertaba con el primer rayo de sol. Los pasillos se llenaban del eco de pasos apresurados, los primeros desayunos salían de la cocina y las maletas rodaban suavemente por el lobby. Como cada verano, la temporada alta traía consigo huéspedes de todas partes y, con ellos, la necesidad de reforzar el equipo.
Luis llegó una mañana de junio, con su mochila al hombro y un contrato de tres meses en la mano. Nunca había trabajado en un hotel tan grande, pero la idea de un empleo temporal le venía bien. “Es solo por un tiempo”, se repetía mientras recorría el pasillo hacia la oficina de recursos humanos.
—Bienvenido, Luis. Este verano serás parte del equipo de restaurante —le dijo Clara, la jefa de personal, con una sonrisa.
Luis asintió. Sabía que el ritmo sería intenso y que tendría que aprender rápido. Pero lo que no sabía era que aquella experiencia le mostraría mucho más que técnicas de servicio: lo llevaría a entender el valor de ocupar un lugar y de hacerlo con confianza.
El vértigo del primer día
En cuanto cruzó la puerta del restaurante, Luis sintió la velocidad del servicio golpeándole como una ola. Camareros que iban y venían con bandejas cargadas, clientes que llamaban con impaciencia, el chef dando órdenes con voz firme.
—Toma este bloc de notas y sigue a Marta —le indicó uno de los supervisores.
Marta, una camarera con varios años en el hotel, le lanzó una mirada rápida.
—Vamos, que aquí no hay tiempo para explicaciones largas. Observa y haz lo que puedas.
Luis intentó seguirle el ritmo, pero todo le parecía un torbellino. A los pocos minutos, una familia le pidió una recomendación del menú, y en su apuro solo atinó a balbucear. Al final del turno, sentía que su cabeza era un enredo de órdenes, nombres de platos y miradas impacientes.
Aquella noche, mientras se quitaba el uniforme en el vestuario, se preguntó si de verdad podría con aquello.
Un nuevo enfoque: el apoyo del coaching
La dirección del hotel había notado que cada verano se repetía el mismo patrón: empleados temporales que llegaban llenos de energía pero terminaban agotados o desmotivados. Algunos no completaban la temporada, otros simplemente pasaban desapercibidos.
Ese año, decidieron hacer algo diferente. Contaron con el apoyo de un coach organizacional para acompañar las transiciones, tanto de los nuevos como de los empleados fijos. No se trataba solo de contratar personal, sino de integrarlo en el sistema de una manera más consciente.
A los pocos días, Luis tuvo su primera sesión de acompañamiento. No era una evaluación ni una charla de recursos humanos; era un espacio donde podía hablar de lo que estaba sintiendo.
—Siento que no tengo tiempo para aprender —confesó—. Todos van demasiado rápido y a veces prefiero no preguntar para no molestar.
El coach lo escuchó con atención.
—¿Qué crees que pasaría si te permitieras hacer preguntas?
Luis se quedó pensando. En su cabeza, la idea de interrumpir a un compañero parecía molesta, pero quizás era solo su percepción.
—Tal vez… podrían ayudarme más de lo que creo —dijo al fin.
Durante la sesión, exploraron estrategias para adaptarse sin sentirse invisible, formas de comunicarse con el equipo y cómo reconocer su propio valor en el engranaje del servicio.
Desde la empresa: Transformar la integración en un proceso real
Por otro lado, la dirección del hotel también tuvo su espacio de trabajo con el coach. Comprendieron que la incorporación de nuevos empleados no debía verse como un simple trámite. Si querían reducir la rotación y mejorar la experiencia del personal, debían ofrecer un aterrizaje más sólido.
Con el acompañamiento, implementaron un sistema de mentoría: cada nuevo trabajador tendría un compañero de referencia, alguien a quien acudir en los primeros días. No se trataba de sobrecargar a los veteranos, sino de facilitar la integración de manera orgánica.
También replantearon su inducción. Ya no bastaba con un manual y una charla general; ahora había espacios de escucha, donde los nuevos podían expresar sus dudas y dificultades sin miedo.
Desde los compañeros: El equilibrio entre experiencia y renovación
Marta, la camarera experimentada, también participó en una de las sesiones. Aunque conocía el ritmo del hotel de memoria, nunca se había detenido a pensar en lo que significaba para ella recibir a nuevos compañeros cada año.
—A veces siento que es una pérdida de tiempo enseñarles si en tres meses se van a ir —admitió.
El coach la invitó a mirar la situación desde otro ángulo. ¿Y si, en lugar de verlos como una carga, los viera como una oportunidad? ¿Cómo un espejo que le recordaba cuánto había aprendido ella misma?
—Nunca lo había pensado así —dijo finalmente.
Con esta nueva mirada, Marta cambió su actitud con Luis. Ya no le respondía con prisa ni lo dejaba a la deriva. Se tomó el tiempo de explicarle pequeños trucos del servicio y de recordarle que todos, alguna vez, habían sido nuevos.
El final de la temporada, un nuevo inicio
Cuando el verano terminó, Luis dejó el Hotel Mirador con más que una paga y una carta de recomendación. Se llevó la confianza de haber enfrentado un desafío y la certeza de que ocupar un nuevo lugar es un proceso que puede ser acompañado, guiado y vivido con mayor consciencia.
La empresa, por su parte, vio los resultados: menos estrés, mejor integración y un equipo más cohesionado. Comprendieron que no se trataba solo de cubrir vacantes, sino de construir equipos, aunque fuera por poco tiempo.
En la hostelería, como en cualquier organización, cada incorporación es un movimiento dentro del sistema. La clave no está solo en quién llega, sino en cómo se le recibe.
Y en tu empresa, ¿cómo reciben a quienes llegan?
